sábado, 24 de noviembre de 2012

Madurar





¿Madurar? Sí, por que puedes tener 50 años y aun no haber entendido el significado de la vida. Todos deberiamos tomarnos como si fuera una aventura y al final del camino hubiera una recompensa por todo lo logrado. Cada día plantearnos una meta y al conseguirla poder sentirnos satisfechos, así tendríamos alegrías siempre...

viernes, 6 de abril de 2012

Ya no aspiro al ideal.

Quiero hacer lo mejor posible de algo bueno y eso me basta para ser feliz.

PD: Ausencia no justificable.

Anónimo siete

jueves, 9 de febrero de 2012

El lugar no importa.

El lugar donde yacía era oscuro,húmedo y lleno de olores nauseabundos. En pequeñas moradas a nuestro alrededor, los mortales vivían en la miseria, los bebés lloraban de hambre entre el olor de a hogueras y grasa rancia.
En aquel lugar había guerra, verdadera guerra. No la guerra de la ladera de la montaña, sino la guerra al estilo típico del siglo. Por las mentes de los afligidos capté en imágenes viciosas (un interminable ejército de carnicería y de amenaza): autobuses incendiados, gente atrapada en el interior golpeando las ventanas cerradas; camiones explotando, mujeres y niños huyendo del fuego de las ametralladoras.
Cuando me hube incorporado y me acerqué a ella, vi un fangoso callejón lleno de charcos y de otras pequeñas construcciones, algunas con techos de hojalata y otras con techos de periódicos que se hundían. Los hombres dormían apoyados contra las sucias paredes, envueltos de pies a cabeza por mortajas. pero no estaban muertos; y las ratas que ellos trataban de esquivar lo sabían. Y las ratas mordisqueaban sus envolturas y los hombres se agitaban y soltaban sacudidas en su sueño.
Hacía mucho calor, y el calor exacerbaba los hedores del lugar; orina, heces, los vómitos de los niños moribundos. Podía incluso oler el hambre de los niños cuando lloraban espasmódicamente. Podía oler el penetrante olor a humedad marina de los desagües y de los pozos negros.
Aquello no era un pueblo; era una agrupación de casuchas y chozas, era un lugar de desesperación. Entre las construcciones yacían cadáveres. Las epidemias se extendían; y los viejos y los enfermos permanecían sentados en silencio, en la oscuridad, soñando en nada, o en la muerte quizá, que era nada, mientras los bebés lloraban. 
Por la callejuela bajaba un niño con paso vacilante y vientre inflado, sollozando y frotándose con su pequeño puño su ojo hinchado. 
Pareció no vernos en la oscuridad. De puerta en puerta pasaba gritando, con su lisa piel tostada reluciente al alejarse, por el difuminado parpadeo de las hogueras. 
-¿Dónde estamos?-le pregunté a ella
-¿No sabes dónde estamos?
No respondí.
Habló despacio, cerca de mi oído:
-¿Quieres que te recite los nombres como un poema?-interrogó-. Calcuta, si lo deseas, o Etiopía; o las calles de Bombay; esas pobres almas podrían ser campesinos de Sri Laka; o del Pkistán; o de Nicaragua o de El Salvador. No importa lo que es; lo que importa es cuánto hay; lo que importa es que, por todas partes, alrededor de los oasis de vuestras rutilantes ciudades occidentales, existe; ¡es tres cuartas partes del mundo! Abre los oídos, querido; escucha sus plegarias; escucha el silencio de los que han perdido al rezar para nada. Porque nada ha sido siempre su parte, sea cual sea el nombre de su nación, de su ciudad, de su tribu.


Por: Anna Rice (La reina de los condenados)

viernes, 3 de febrero de 2012

Lo que quiero ahora

Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas. O porque, por suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada material pero tiene el corazón y la cabeza más sana que he conocido y cada día aprendo de él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.
Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.
Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.
Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.
También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada. O todo.
Por: Ángeles Caso


Estoy totalmente de acuerdo con todo lo que dice.
Anónimo siete

miércoles, 4 de enero de 2012

365 DÍAS.

Según los mayas el próximo 12 de diciembre será el fin del mundo, con teorías que te las puedes creer o no.
Es una opinión muy subjetiva. Con este breve texto no voy a deciros que es lo que pienso, con esto vengo a deciros que ''mas vale prevenir que curar'', desde hoy vive el resto de los días como si fuera el último, abstente de discusiones innecesarias, ten a tu lado a la gente que realmente te importa y merece la pena. Salta, ríe, juega, disfruta, grita... vive, eres libre y ahora es tu momento.¿Decepcionarte? ¡Ni se te ocurra! simplemente olvídalo, déjalo pasar... y si realmente fue algo que valió la pena algún día volverá.Sensaciones, emociones eso es lo único que debes de valorar día a día tus sentimientos, y que siempre haya un equilibrio entre tu cabeza y tu corazón.Aprovecha el tiempo no lo desperdicies con cosas que no merecen tu tiempo.

PD:FELIZ AÑO!

Anónimo siete

sábado, 24 de diciembre de 2011

Está sobrevalorada.

Ya estoy harta de oír siempre lo mismo, siempre fingiendo como si todo fuera bien cuando en realidad todo va mal. Que acabe ya esta farsa, ''la navidad'' si... a algunos os encantara por eso de; regalos, familia...
pero cada vez vez mas gente la odia, por que van pasando los años y la esperanza se te agota. Te das cuenta de muchas cosas, y una de ellas, es que te das cuenta de cuantas personas verdaderas tienes a tu alrededor.
Tener que ver, oír, o leer ''feliz navidad'' me da un escalofrío, será feliz para ti! para mi no. La odio cada año mas y mas, cada año mas y mas lágrimas, cada año mas y mas decepciones, cada año peor. Que vale, que me alegro mucho que la gente que tiene mucha familia, muchos regalos y esas cosas navideñas la idolatre, pero que no pluralicéis, por que no somos todos los afortunados y hiere tener que oír determinadas cosas. Sé que escribo muy cabreada, decepcionada, y que os entristezco, pero lo siento así y es lo que quiero comunicaros a esas personas que están hartas de tanta falsedad en una simple frase que, se repite una vez cada año pero que entra en sus oídos como si fueran puñales clavados en el corazón.
Mientras escribo estas palabras, me caen lágrimas al pensar que no soy la única y que hasta el rey de España nos recuerda nuestras no felices navidades... ¡Ánimo a esas personas, y felices días sin nombre!

Alma de anónimo siete

viernes, 9 de diciembre de 2011

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Un día me dí cuenta en que lo mejor, es no ponerle nombre a las personas... porque el día que desees cambiarlo, será mas complicado y más duro para ti. ¿Por qué ponerlas? Tú sabes lo que significan para ti da igual que etiqueta le pongas, lo que es, es y lo que no, no fijas que lo sea porque en el fondo sabes que es una farsa. Tan simple como eso, sin nombre... las personas tenemos nombre, solo para distinguirnos, en una relación de cualquier tipo no hay que diferenciar nada, porque ya sabes lo que es y que el día que acabe... cada vez que escuches ese nombre que le has puesto te recordara a esa relación. ¡Que no sirven para nada los nombres!
solo para diferenciar, solo eso...

Estado: Desmotivad@

Anónimo siete